Autor: Dra. Laura Chiaramello
La apiterapia (API de abeja -TERAPIA de tratamiento) es un tratamiento natural para diversos tipos de patologías y/o enfermedades, en donde se utilizan de forma sostenida y controlada, los productos biológicos de la colmena, con el objetivo de recuperar y mantener la salud.
El veneno de abeja (o apitoxina), debido a su potente efecto antiinflamatorio y analgésico, es el más utilizado para tratar patologías que cursan con dolor, como las enfermedades osteoarticulares (artrosis, artritis, fibromialgia, entre otras).
La Apitoxina tambien es un gran antibacteriano, antivírico, antioxidante y además tiene un excelente efecto inmunomodulador, lo que la hace ideal para patologías que cursan con alteraciones inmunológicas como la Artritis Reumatoide, Lupus, entre otras.
Los últimos estudios cientificos demuestran también un efecto antitumoral, en particular en el cancer de mama, atribuido a la melitina, componete principal de la apitoxina.
La apitoxina es un líquido fuertemente alcalino formado por una mezcla de proteínas, principalmente el polipéptido Melitina y sustancias enzimáticas como la fosfolipasa A2 y la hialuronidasa, con varios efectos a nivel del dolor:
1) A nivel sistémico, tiene efecto a nivel cerebral haciendo que la serotonina y noradrenalina permanezcan más tiempo en sangre, subiendo el umbral del dolor, obteniendo como resultado la disminución de la percepción del mismo.
2) Actúa a nivel de la suprarrenal, estimulando la secreción de cortisol endógeno, provocando alivio al tener un gran efecto antiinflamatorio.
3) En las articulaciones, colabora con la regeneracion de los tejidos, ya que actúa directamente sobre los condroblastos y fibroblastos, (células generadoras de cartílago y colágeno), estimulándolos y alargando su vida.
Y también, por su efecto vasodilatador, aumenta la llegada de sangre a los tejidos lesionados, logrando mejorar la hidratacion y nutrición de los mismos.
4) A nivel local, inhibe parcialmente las fibras del tipo 1A de los nociceptores que se encuentran a nivel de la piel, que llevan al cerebro la información del dolor.
El tiempo de respuesta varia, dependiendo de cada organismo (edad, sexo, peso, enfermedades previas) y el deterioro de la articulación o los tejidos, pero en la mayoría de los pacientes se obtienen resultados positivos al llegar al nivel terapéutico de apitoxina en sangre.
El dolor es una entidad paradójica, “de doble filo”, por un lado es una señal de alarma, que en las condiciones adecuadas, puede prevenir grandes daños para nuestro cuerpo e inclusive salvarnos la vida.
Pero por otro lado, en condiciones patológicas, cuando el dolor se vuelve diario o crónico, ya es un problema médico y con gran impacto en la vida de una persona.
Se vuelve un problema complejo que nos afecta de diferentes maneras, y que no tiene una única solución.
Lo primero a lo que recurre el paciente es, claramente, a la medicina tradicional o convencional, en busca de herramientas para calmar el dolor.
Los analgésicos y antiinflamatorios químicos (como el paracetamol, ibuprofeno, diclofenac, tramadol, etc.) son las primeras herramientas a utilizar, y si bien en dolores agudos son muy efectivas (como en un golpe o un esguince por ejemplo), en los dolores crónicos (como en la artrosis o artritis) presentan tres grandes problemas:
Posteriormente a los fármacos y ante la persitencia del dolor, en los Hospitales o Sanatorios se inicia una rutina habitual, en donde el médico pide imagenologia (Radiografías, Ecografías, Resonancias, Tomografías) que en la mayoría de los casos no informan nada relevante que pueda cambiar la evolución del tratamiento.
Lo que se suele agregar también es un tratamiento con Fisiatria, que es efectivo en algunos casos y en otros solo se obtienen resultados parciales.
Ya sobre el final del camino, si no se lograron resultados, se deriva al paciente a la “Policlinica del dolor” en donde se pueden realizar bloqueos locales con anestésicos y corticoides (con alivio parcial o temporal) y finalmente se utilizan fármacos más fuertes como codeina o morfina.
Y ahí terminan en general las opciones médicas tradicionales para la mayoría de los dolores crónicos.
Son pocos los casos que pueden resolverse con cirugia o con otros tratamientos medicos convencionales.
...el paciente comienza a hacerse preguntas:
"¿Hasta cuándo voy a estar con dolor?”, “¿Qué hago ahora si los calmantes ya no me hacen nada?”
Progresivamente, se van dejando de hacer actividades cotidianas y recreativas, en algunos casos, aparecen limitaciones para el trabajo habitual, y posteriormente aparece la depresión y la ansiedad. Esto es muy frecuente por la difícil situación que el dolor diario le genera al paciente y desde el punto de vista biológico por un complejo mecanismo químico en el cerebro, que determina la disminución de algunas sustancias a nivel cerebral como la serotonina y noradrenalina.
Por lo tanto, no se puede encarar el tratamiento sin tener en cuenta el estado emocional del paciente y las limitaciones a las que está sometido por el dolor.
…y ahí, al final del camino “tradicional” (o felizmente antes en muchos casos) es que el paciente decide intentar con una terapia “alternativa” y es allí que la Apiterapia se presenta como una inigualable opción natural y científicamente comprobada para calmar el dolor, bajar la inflamación y el consumo de fármacos.
El paciente logra progresivamente reintegrarse a sus actividades, sin provocar efectos adversos en su cuerpo y obteniendo resultados duraderos en el tiempo, ya que la apiterapia no solo trata los síntomas, sino también ayuda a regenerar los tejidos lesionados, actuando también en el ORIGEN del dolor.
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